La chica tirita le escribe palabras de amor con el dedo
sobre la palma abierta de su mano,
recogiendo cada gota de sudor
que resbala por sus líneas.
La chica tirita ni llora, ni se queja,
ni cuenta sus penas. Solo escucha
y espera el momento en que la herida sane
y sea ella la que empiece a sangrar.
La historia es secreta,
como si fuera un pecado
o algo tan bueno que temes que
al contarlo desaparezca.
Pero cuando la rutina aparece
hasta pecar se vuelve aburrido.
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