Sepúlveda escribió cuarenta días para la pena de amor más grande, a Sabina por el contrario, eran las noches las que le agobiaban, necesitó 500. Imagino claramente a ambos pasando su tormento aferrados a un líquido que embriagase sus sentidos, a una botella que les ayudase a escribir y a limpiarse por dentro. Dicen que el alcohol desinfecta las heridas, por tanto ingerirlo, es el resultado de una sencilla regla de tres. Un silogismo básico. Yo no bebo, pero en mis cuarentenas lleno piscinas. Me pregunto si alguien, alguna vez, bebió por mí, o si al menos, llenó un vaso de agua.
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