martes, 2 de noviembre de 2010

independencia


Debería tener paciencia y comenzar desde cero, moldeando ladrillos, amasando cemento, moviendo rocas para ir creando, poco a poco, una pared, otra y otra. El siguiente paso, sería pelearme luego “como todo buen” y “contra todos” los demás mileuristas por conseguir algo de uralita que haga las veces de techo, al tiempo que atrape el calor tras dejar pasar la luz.

Si fuera constante, pintaría con mi lápiz de labios una puerta color cereza, y con los pinceles y las acuarelas daría color a la pared. Poco a poco, píxel a píxel. Pegaría dos ventanas vectoriales, que al crecer la casa, se convirtieran en amplias cristaleras.

Pero no la tengo, ni la constancia, ni la paciencia. Ya no creo en el futuro, la vida me ha demostrado que es incontrolable, impredecible y que el destino no responde a ninguna súplica, por muy proactiva que sea. Por lo que busco, quiero y exijo: una burbuja de espacio y tiempo. La quiero ahora y la quiero ya. Para meterme dentro, buscarte y encontrarte y no tener que hablar, ni responder a corteses rituales de educación. Un sitio donde no sea necesario mantener las formas, comportándome como se requiere a mi edad. Me lo imagino casi palpable, atravesar la membrana dejando los problemas que resbalen por mi piel, se caen resbalando por mis brazos, y quedan en el suelo, como se queda el poso del te, fuera de mi burbuja.

No hay nadie, ni tazas de café, ni abrigos, ni risas de adolescentes chillonas. No hay que soportar rituales de apareamiento entre hombres desguace y mujeres chatarras que me recuerden que es posible que el hoy sea solo hoy y que mañana la mujer chatarra sea yo. No hay ruido y, si yo quisiera, tampoco habría luz.

Entro, solo estoy yo, te veo, me siento a tu lado. No hablo, no río, no saludo. Sólo me siento y respiro. Tranquila. Sin tiempo. Sin irme, sin volver.

No se puede pedir más. Tampoco menos.